La Asamblea en Antigua y Barbuda expone el dilema existencial de la OEA

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La Asamblea en Antigua y Barbuda expone el dilema existencial de la OEA
La Asamblea en Antigua y Barbuda expone el dilema existencial de la OEA

En su 55ª Asamblea General, la OEA quedó frente a una encrucijada: reafirmar su rol como garante de la democracia y los derechos humanos o seguir fragmentada por ideologías y divisiones profundas.

La 55ª Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), celebrada esta semana en el Caribe, puso de relieve las tensiones internas que atraviesan al organismo y evidenció la urgencia de redefinir su misión en un continente marcado por crisis políticas, sociales y culturales.

Uno de los momentos clave fue el pronunciamiento del vicesecretario de Estado de EE. UU., Christopher Landau, quien advirtió que su país reconsiderará el respaldo económico a la OEA —de la que es principal sostén financiero— si esta no logra resultados concretos frente a situaciones como las dictaduras en Venezuela o el deterioro institucional en Haití. “No podemos sostener una organización que no se sostiene a sí misma en valores, necesitamos hechos, no discursos”, sentenció.

La postura de EE. UU. no estuvo sola. Países como Argentina, Paraguay, Perú y Panamá se alinearon con una visión crítica hacia lo que denominan un giro ideológico de la OEA, expresando resistencia a la imposición de la agenda de género y el pensamiento woke en resoluciones y foros multilaterales.

Aunque algunas propuestas controversiales en temas como salud mental no prosperaron, múltiples intervenciones dejaron constancia del creciente desacuerdo entre las naciones miembros sobre cuestiones clave de identidad, libertad y soberanía.

Otro frente relevante fue el de los derechos humanos. Si bien se celebró la incorporación de una voz más alineada con los principios de la vida y la libertad en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, aún no se vislumbra una mayoría capaz de reorientar de forma decisiva el enfoque del sistema interamericano.

Para analistas y observadores, la gran pregunta persiste: ¿Cómo puede la OEA defender los derechos humanos si no logra consensuar definiciones básicas sobre la vida, la familia o la libertad individual?

En este contexto, crece el clamor de sectores que reclaman una OEA más coherente con sus principios fundacionales, que recupere su autoridad moral frente a los autoritarismos y que proteja a los pueblos, sin ceder ante agendas impuestas desde organismos o lobbies externos.

La Asamblea en Antigua y Barbuda no ofreció resoluciones definitivas, pero dejó algo claro: el rumbo de la OEA está en disputa, y con él, su credibilidad y su futuro como pilar institucional del continente americano.

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